Cuáles son sus preguntas más habituales y cómo responderlas:
Sorprendido y contrariado frente a un “no” de los padres, el niño inaugura la etapa de los porqués. Primero, tímidamente, y, después, más insistentemente, hasta llegar a convertirse en un auténtico torrente. Y no es fácil acertar con las respuestas.
¿Cuándo empieza este período? En torno a los dos años, fase en la que el pequeño aprende a expresarse y pasa de las palabras aisladas a las auténticas frases, aunque sean breves. Se dirige a los adultos, a los otros niños o, incluso, a la muñeca o al osito. A veces, dialoga consigo mismo, inventando historias o repitiendo las frases que ya ha oído. Y es precisamente entonces cuando empieza a preguntarse los primeros porqués.
Hacia los dos años, el niño se da cuenta de que existen dos realidades: por un lado las cosas concretas, visibles, y por el otro las palabras que representan. Y no se trata, como para nosotros los adultos, de dos mundos distintos.
Para él, están unidos en parte uno y el otro: la fantasía y la realidad, y viceversa. En esta fase crucial, su curiosidad es insaciable. En un primer tiempo, está dirigida hacia los aspectos de la vida familiar que no le son claros. Por ejemplo, se pregunta por qué el padre, la madre, los hermanos y las hermanas mayores tienen una vida, para él misteriosa, fuera de casa. "¿Por qué Sara va al colegio? ¿Por qué no juega siempre conmigo? ¿Por qué el papá y la mamá van al trabajo? Por qué... Por qué..."
El niño repite infinitas veces un repertorio de preguntas muy parecidas, ya sea para aprender, ya sea para poner a prueba la disponibilidad de sus padres. Muchas cuestiones afectan a las personas para él más queridas, otras a las palabras, y particularmente a los nombres, sobre los que cada vez quiere más explicaciones.
Los ¿por qué?: Responde como debes a tu hijo
1. No sirven las explicaciones detalladas, sino sólo prestar un poco de atención y, sobre todo, proporcionarle seguridad en línea con las profundas exigencias emotivas del niño.
2. Es fundamental no banalizar sobre lo que el niño nos está preguntando, sino intentar comprender sus preguntas, para descubrir qué miedos, qué dudas o qué exigencias se esconden detrás de ellas.
3. Un niño necesita, sobre todo, sentirse tranquilo y seguro, y tener cerca puntos de referencia importantes.
4. Al mismo tiempo, el niño debe obtener respuestas claras a sus preguntas, de forma que consiga comprenderlas sin dificultades, por ejemplo, a través de cuentos.
5. Sin embargo, no siempre las preguntas nacen de la dificultad del pequeño para comprender y aceptar la realidad que le rodea. A veces, estas preguntas reflejan una excesiva seguridad, propia de los niños que se sienten muy queridos y protegidos, y que, por ello, crecen creyéndose omnipotentes.
6. Para estos niños, la imposibilidad de hacer lo que hacen sus hermanos mayores (como ir al colegio), o el no poder estar siempre con sus padres, se puede convertir en una verdadera frustración.
7. Incluso, en el caso de que el niño se crea omnipotente, es necesario darle respuestas sencillas y decididas, aunque evitando ser demasiado severos. Es necesario explicar al niño el por qué de ciertas prohibiciones.
8. Además de ser definida como la "edad de los por qué", la fase que un niño atraviesa en torno a los dos años también es conocida como la “edad de los no”. El niño, en efecto, además de preguntarse sobre la realidad en la que vive, empieza a percibir el sentido de la propia unidad corporal, se reconoce en el espejo y se percibe a sí mismo como a un individuo autónomo.
9. En torno a los dos años, el niño se puede mostrar muy caprichoso. Por una parte, está asustado porque se siente solo frente a un mundo inmenso y, por otro lado, se siente estimulado a descubrir hasta dónde le puede llevar aquella energía vital apenas descubierta.
10. A los padres no les queda más remedio que esperar a que este período pase, intentando mostrarse pacientes y atentos a las peticiones del niño: pronto, el pequeño encontrará otras formas, más tranquilas y creativas, para afirmar su propia personalidad e independencia.
Otra decisión difícil era saber hasta cuándo podrías llegar con un tema. Lo mejor en estos casos, es contestar apenas lo que fue preguntado sin adentrarse en tantos detalles. Y ajustar la respuesta siempre a la edad del niño, claro. Para consuelo de muchos padres, los por qués de todas las horas van cambiando con la edad del niño. A los tres años, el niño busca socializarse y reforzar su lenguaje con los mayores. A los seis años, ya buscarán explicaciones más profundas y racionales. Con el tiempo, en lugar de sólo contestar a sus preguntas, es aconsejable que les hagamos reflexionar y emitir sus propias opiniones, buscando otras fuentes y recursos educativos como los libros, enciclopedias, Internet, teatro, etc. Lo importante es que seamos honestos con ellos. Al fin y al cabo, ellos siempre aprenderán más con nuestras actitudes que con nuestras palabras.
En otras ocasiones, para poner en práctica sus habilidades lingüísticas o para comprobar si los padres le dicen algo parecido a lo que él piensa. Así, si un niño pregunta por qué las montañas son tan altas, cualquier explicación que contradiga su idea de que las hizo un gigante tal vez ni la escuche, aunque lo haya preguntando cientos de veces.
Claro que no hay que olvidar que, cuando pregunta tanto es porque considera que sus padres lo saben todo, por lo que con cada respuesta consiguen también una mayor dosis de seguridad. Mediante las respuestas que consiguen los niños con sus porqués descubren también la disponibilidad de otras personas hacia ellos, qué cosas están permitidas y cuáles no.
Dra. GABRIELA GUERRRA KHLIEFAT
PEDIATRIA/ALERGOLOGO E INMUNOLOGO
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